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26 de marzo de 2014

Están locos estos antidisturbios.

Érase una vez en el basto Imperio Romano, allá por el año 1 D.C., más o menos por Palestina y esos países en los que en las noticias siempre salen moros liándose a hostias, un tal Herodes dijo que había que matar a los recién nacidos, por radicales. Tal tarea la realizarían los soldados.

Así pues, los soldados se pusieron a degollar bebés. Hubo quien defendió a los soldados: "es gente que está haciendo su trabajo". 

Otros preferían argumentar que los padres de las criaturas estaban actuando al margen de la ley, que se estaban pasando, que había otras maneras de protestar más pacíficas. Así que hubo padres que intentaron esa vía, la pacífica.

"Estas son nuestras armas", protestaban los padres con las manos en alto, mientras los soldados cogían al niño y le convertían en pincho moruno. "Qué dignidad tienen", decían los vecinos acerca de esos padres. Mucha dignidad y pacifismo, pero vamos, que el niño acababa ensartaíto.

Pero hubo madres antisistema que se pusieron violentas y les atizaron con palos, algún jarrón y adoquines sueltos. Con lo primero que pillaban, vamos. Entre ellas había soldados infiltrados, los más imberbes para que se notara menos, que se disfrazaban con un velo o un burka, y se liaron a pedradas con los soldados, para que pareciera que esas señoras eran el demonio. Y el resto de las madres se envalentonaron, y se abrió una batalla campal entre padres y soldados. "Por mi hija mato, ¡MATO!", gritaba alguna.

Los soldados más desprevenidos se quedaron aislados del resto de sus compañeros, y fueron pasto de la barbarie, siendo presas fáciles para esos padres llenos de ira, odio y frustación. En una de las persecuciones, uno de los soldados con burka tropezó con los bajos, pues no estaba acostumbrado a llevar ese tipo de vestimenta, y varios soldados le empezaron a asestar latigazos. "¡Que soy compañero, coño!", gritó. 

Al día siguiente, esos soldados que sufrieron golpes, que se quedaron sin el apoyo del resto durante tales incidentes, se manifestaron contra sus superiores. "Ya ni degollar niños con un mínimo de seguridad laboral se puede", decían. Mientras tanto, los sindicatos de la SPQR mostraban las armas incautadas a las madres violentas: un teseracto, las tablas de la ley, las siete bolas de dragón, un niño bomba y la ballena que se comió a Jonás.

A todo esto, el niño objetivo de Herodes logró sobrevivir. 33 años después, descubierta su guarida a través de sus contactos etarras, se le ajustició. Lo normal, vejado, humillado y crucificado. Los soldados encargados de tal logro después dijeron "pues fíjate que después de dejarle hecho un cristo era verdad que resultaba ser hijo de dios. Bueno, qué, ¿unas cañas?".