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8 de abril de 2013

Yo, el padrino (Voglio immergere il mio cazzo nel fonte del battesimo).

Cuando entre toda mi familia católica y los amigos que se apuntaban a catequesis convencieron al no muy convencido de mi hermano pequeño para hacer la comunión, y por lo tanto bautizarse, mi madre pensó que yo era la persona adecuada para ser el padrino de la criatura de dios. Padrino. Parroquia. Religión. Estas palabras cuesta trabajo conectarlas cuando yo estoy implicado en ellas. Pero venga, vale, seré padrino, dije.

Yo para estas cosas no tengo una instrucción adecuada. Lo primero que pensé es que como padrino debería empezar por ir controlando negocios locales a base de chantajes y amenazas. Pero se ve que no, que eso era otra película. Mi madre desaprobaba lo de que llevara las chapitas de Final Fantasy en mi abrigo y los pantalones con los bajos rotos. Pero en fin, que yo lo solucioné diciendo que se supone que en su momento Jesucristo iba descalzo y con cuatro harapos mal remendados y que todos le alababan en el lugar al que íbamos a bautizar al niño.

Ahora, eso sí, qué cura. Un tipo rebosante de juventud, simpatía, energía, moderno y entusiasta con la fe. Y ojo a esto, porque aunque lo parezca viniendo de mí, no es sarcasmo. Vamos, que si todos los curas fueran como este yo seguramente seguiría sin ir a misa los domingos, pero que se me quedaría ahí el regomello de decir "pues qué pena haber faltado hoy a misa con lo majo que es el cura". En serio, que se dejen de Benedictos y de Franciscos, la iglesia si quiere salvarse necesita tipos como este. Que parece que no va a pasar, también os lo digo. La iglesia con sus líderes es como el PSOE: sus afiliados saben que no van a ningún lado con ellos, los propios líderes saben que no van a ningún lado, la gente de fuera también lo sabe, los simpatizantes lo saben...y que no hay quien les mueva de su trono, hay que joderse.

Y menudo sermón que me soltó aquí el pavo: que si mi cometido como padrino era guiar a mi hermano, que el cristianismo depositaba en mí tal responsabilidad, que estaba en juego la vida eterna,... Con un tono moderno, como ya os digo, pero no dejaba de ser sermón. Y yo miraba hacia atrás, buscando caras familiares que quisieran sustituirme, que yo renunciaba, que si Ratzinger puede porqué yo no. Y que toda la gente ahí dentro se sabía las canciones y las cosas de rezar menos yo. Hice la táctica de fingir ser mudo y limitarme a sonreír, pero se ve que no tragó, que las monjas me miraron después de la ceremonia con cara de "tú eres un ateo de esos".

Lo mejor es que después de todo eso me invitaron a comer. Mi primera comida que no era un simple sándwich más zumo en dos semanas. En el entrecot de buey que me metí entre pecho y espalda vi a toda la corte celestial. Lo que te digo, Pepi.

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