Seguidores

9 de octubre de 2013

Adolescente etílico.

Recientemente se han cumplido 7 años desde que mi madre descubrió que yo era un borracho, debido a lo cual pillé un trauma que me mantuvo alejado del alcohol durante varios meses y al cual también le echo la culpa de que desde entonces me entre mareo en cuanto me bebo un par de copas o me obligan a coger botellines de más de los cubos de La Sureña.

Estos problemillas se deben no solo a aquella borrachera extrema. La verdad es que mi vecino y yo salíamos cada fin de semana con la esperanza de no repetir hazañas tales como quedarnos dormidos en un banco y ser despertados por los lametones de varios gatos o tener conversaciones con coches aparcados. Yo una vez discutí con una salida de emergencia. Si estando sobrio ya me imagino a los objetos teniendo vida propia, con alcohol en sangre no os lo queráis imaginar.

Mi grupo de amigos y yo solíamos frecuentar el único bar nocturno de rock de Fuenlabrada, el Karpanta, que no tendría más de 25 metros cuadrados, ponían la misma secuencia musical cada fin de semana, ya de madrugada se estrujaban unas 50 personas ahí dentro, y salías apestando a humo de tabaco y a kalimotxo. Nos empezamos a colar en ese garito siendo menores de edad y se convirtió en nuestro santuario del "¿qué hacemos esta noche? Pues no sé, vámonos al Karpanta, que hay oferta de 3 minis por 7€". En este sitio se liaron por primera vez mi vecino y su novia. Solían acabar con el cuello repleto de moratones, y ella solía pelearse con la diana electrónica cada vez que se le encendían las luces. A la máquina, digo. La cosa era tal que así: se liaban en el rincón de la diana, se emocionaban como solo los adolescentes pueden emocionarse al impregnarse de amor mutuo, la diana se encendía para decir a los clientes "eh, tíos, que estoy aquí, jugad un ratito conmigo, anda" y ella, después de succionarle la oreja a mi vecino, le daba dos puñetazos y tres patadas al grito de "¡QUE TE CALLES, ZORRA!". A mi vecino, chupetones violentos. A la máquina, violencia pura.

En el Karpanta también es donde mi vecino le vomitó encima a otro chaval y tuvimos que salir
corriendo por media Fuenlabrada. O donde mis amigas cogieron la afición de pintarme la raya de los ojos. También fue ahí donde, después de cenar y ya coger el puntillo con la sangría de un restaurante chino me enrrollé con la buenorra detrás de la que iban todos mis amigos. Luego ella resultó ser una lesbiana bastante femenina y yo un homosexual plumófobo. Sí, mi vida tiene estas cosas que no te pares a intentar comprender porque no se puede.

Más crecidito (iba a decir más maduro, pero tengo vecinas que siguen creyendo que voy al instituto) mis borracheras empezaron a desarrollarse en Madrid, donde desarrollé mi técnica de "si te quedas quieto, el T-Rex no te ve". Consiste en estar de botellón en la plaza del 2 de mayo o similares, que la rodeen varios coches de policía para hacer recaudación, y que todos los que no están acatando la ley salgan corriendo de allí, excepto tú, que te quedas plantado en el mismo sitio donde llevas hora y pico. En serio, te vuelves invisible con esta técnica, y en cambio varios de los que han huído acaban con una multa. También aprendí que Plaza de España tiene propiedades astromagnéticas para que la chavalería se emborrache bebiendo Malibú con piña. O que el templo de Debod se lo regalaron a Franco para que en el futuro se hiciesen ebrias orgías nocturnas homosexuales en él.

Y nada. Que llevo como un siglo sin beber y no es que lo eche de menos. Yo siempre me lo pasaba mejor cuando se emborrachaba el resto de mis amigos y yo me dedicaba a grabarles para luego chantajearles con difundirlo por internet. Aún no me explico cómo es posible que todavía no me hayan mandado a la mierda y sigan quejándose cada fin de semana si no puedo quedar con ellos.

No hay comentarios: