No quisiera ser puntilloso con la extraña cultura de tan asombrosa forma inteligente de vida, pero quisiera matizar la necesidad de estos seres por ritualizar cada acto de sus existencias. Y, como digo, el intercambio de genitales florales entre ellos me resulta, cuanto menos, reseñable.
Haré cuenta de hasta qué punto insisten en este hábito:
- Intercambio genital floral en cumpleaños.
- Arrojamiento de genitales florales en bodas para decidir la próxima novia.
- Genitales florales como ofrenda en festividades religiosas.
- Genitales florales como decoración doméstica.
- Deposición de genitales florales en los yacimientos de sus difuntos.
- Intercambio de genitales florales para lograr intercambiarse fluidos genitales humanos entre ellos mismos.
Y atención. Si el regalo resulta ser los genitales de otra especie viva que no sea una planta, les puede llegar a resultar escrupuloso. Una de mis ocurrencias, siendo aún amateur en costumbres humanas, fue ofrecer a una hembra unos genitales finalemente cortados de un ciervo. Su reacción fue vomitar media cena y golpearme en la cara varias veces. No he vuelto a verla. En cambio, diferente reacción tuvo un hombre de Burgos, que aceptó los genitales del ciervo con sumo gusto, los guisó, y se los cenó con un vino blanco.
Un consejo sobre los humanos, pues: no os preguntéis acerca de la absurdez de sus culturas.
Aceptadlas tal cual. Al fin y al cabo, carecen de sentido y ni ellos mismos sabrían explicarlas.
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